Probablemente una de las preguntas que más gente que realiza entrenamiento o ejercicios
para adelgazar se hace mentalmente. La controversia de ejercitarse en
ayunas es latente en el mundo de la nutrición deportiva; además, es uno
de los temas que más puede polarizar a los profesionales de estas
disciplinas, desde la gente que recomienda esta pauta como una panacea,
hasta aquellas personas que reniegan de esta práctica para cualquier
persona en cualquier condición.
Estandarte de los habituales de gimnasio,
esta práctica ha llegado a la población de una manera bastante confusa
(como casi toda la información que llega). Sinceramente me consuela el
hecho de que percibo algo de escepticismo frente a esta moda entre las personas a las que se la han propuesto, eso quiere decir que la gente a veces anda con pies de
plomo, lástima que ese espíritu crítico no se traslade a otros aspectos
deportivos como el consumo de suplementos proteicos (como ya tratamos
en la entrada de “Invasión de claras de huevo en los gimnasios” o al uso de ayudas ergogénicas placebo.
Cabe decir, que el hecho de que sea una
de las prácticas más recomendadas desde ese adalid del conocimiento
pseudocientífico que son los gimnasios (esa pirámide de la sabiduría que
esculpe otras pirámides invertidas en cuerpos) no dice mucho a su
favor. Sin embargo, como veremos a continuación, hay algo más que
hipótesis que la sustentan.
¿Por qué se recomienda esta práctica? ¿En qué se basa?
La fundamentación de esta práctica se
basa en que si realizamos un ejercicio físico sin tener nuestra reserva
de azúcar (glucógeno) llena, nuestro cuerpo debería recurrir más al
combustible graso para obtener energía. Cabe matizar antes de continuar,
que lo que determina de dónde obtengamos la proporción de
energía en nuestra actividad física es el nivel de VO2 que nos exija ese
ejercicio, lo que viene siendo “la intensidad”. Y por supuesto
esta es diferente según la persona, el ejercicio y el tipo y duración
del entrenamiento.
A niveles de intensidad bajos usamos una
mayor proporción de grasa. Mientras que a niveles de intensidad altos
usamos más cantidad relativa de azúcares, ya que nos dan la energía de
una manera más rápida. También conforme se mantiene la duración del
ejercicio, tendemos a usar mayor proporción de grasa, como muestra la
gráfica de arriba.
Por tanto, la pauta que tratamos en esta entrada en su caso sería aplicable a ejercicios moderados,
ya que si demandamos al cuerpo mucha cantidad de glucosa con un
ejercicio intenso, al no tenerla en las reservas, tendríamos que romper
músculo para fabricarla, y eso es lo que menos deseamos en un
entrenamiento.
Hay que tener en cuenta que se facilita
por tanto la utilización de combustible graso, pero que buscando ese
objetivo se puede volver en contra del que lo practica.
La justificación no sólo se centra en
este aspecto, sino en la adaptación celular a esta agresión; una especie
de “si el músculo se acostumbra a trabajar sin azúcar tendrá que
recurrir a la grasa”. Algunos estudios1,2 hablan de la
capacidad de las células musculares para adaptarse a esta situación y
mejorar la oxidación y degradación de la grasa.
¿Pero eso funciona? ¿Servirá para algo?
Comparando el ejercicio en condiciones
normales (habiendo ingerido hidratos de carbono), frente a aquel que se
hace en ayunas, se obtiene una misma pérdida de peso, aunque el
ejercicio en ayunas parece ayudar a perder más cantidad de grasa.3
También en estudios que se han realizado con deportistas entrenados para comparar el entrenamiento en ayunas frente al convencional, se ha encontrado una mejora en la recuperación post-entrenamiento y en la composición corporal (reduciendo la porción grasa del cuerpo y manteniendo la masa muscular).4,5
¿Y eso no es arriesgado?
Pues la respuesta más sensata es “sí, no
es lo más seguro”, el recurrir al ayuno para quemar una mayor proporción
de grasa si no se hace bien puede repercutirnos de manera negativa.
Además, la evidencia que parece demostrar estas mejoras, se ha hecho sobre deportistas entrenados y no personas sedentarias, por lo que lanzarse de la noche a la mañana a realizar ejercicio en ayunas no parece lo más adecuado.
A pesar de los beneficios que arrojan los estudios, hay que tener en cuenta que el contexto del ayuno no es el ideal nutricionalmente hablando
para llevar un plan de entrenamiento a largo plazo, y además, puede
comprometer el rendimiento si se hace durante periodos prolongados.6 No
hay que olvidar tampoco que el rendimiento durante el entrenamiento no
podrá ser el óptimo (al no tener las reservas llenas) y por tanto no
permitirá una práctica exigente y convencional, por lo que se debe descartar para planes únicos y prolongados.
Si
eres una persona que no suele hacer ejercicio: no está acostumbrada a
la actividad física, no controla la intensidad, además se ejercita sola,
y que no tiene una rutina de trabajo, tendrás más peligros que
beneficios con esta práctica.
Conclusión:
Los beneficios que parecen obtenerse con
esta práctica tienen lugar en personas entrenadas al ejercicio. Mi
recomendación es que para personas que no son profesionales y quieren adelgazar, no se ejerciten en ayunas, que
adapten las comidas a los horarios de la actividad física y que no se
arriesguen a someterse a una pauta que no le garantiza un extra
adicional. Ocasionalmente pueden aparecer mareos, vómitos, nauseas.
Para profesionales que entrenen en grupo, puede ser alguna de las pautas de entrenamiento, orientada a un sobreesfuerzo y a una adaptación fisiológica
encaminada a la optimización energética. Siempre habiendo tomado
hidratos de carbono la noche anterior para garantizar un pool adecuado
de glucosa inicial.
El ingerir algún alimento durante esta
práctica puede ser una medida de prevención, ya que al ingerir hidratos
de carbono durante el ejercicio no cambia la proporción de grasa que se
oxida.6
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